En Chile se come carne. En septiembre del año pasado, sólo en consumo bovino se registraron hasta 159 mil toneladas según la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA). Un mes en el que por tradición los asados son protagonistas de las mesas chilenas. Sin embargo, no todo es de primer corte: en comunas de Santiago Sur abundan los mataderos clandestinos que no sólo maltratan a los animales que están por ser sacrificados, sino que ponen en peligro la salud y el bienestar físico y emocional de los vecinos.
La casa de Emilia San Martin (42), secretaria de la junta de vecinos Fe y Esperanza en La Pintana, está llena de productos de limpieza: hay cloro, sprays aromáticos y desinfectantes. Tiene un macetero con flores e inciensos que usa para disimular los olores fétidos que llegan desde los mataderos ilegales que están cerca de su vivienda. A pocos metros, además, está el canal Lo Blanco tapado con basura que sale de las mismas faenas.
La comuna de La Pintana, particularmente, solía ser una zona rural y agrícola hasta los años 80, cuando empezó su proceso de urbanización gradual, dejando así territorios parcelados que se utilizan para fines industriales y agropecuarios y que conviven con las poblaciones y tomas alrededor.
Emilia cuenta que ha visto cómo en estos espacios, donde funcionan los mataderos, queman todos los desechos, incluídas las menudencias del animal. “Cuando eso pasa el olor es extremo, pero antes del fuego, la pudrición que generan es repugnante”. Además señala que “de octubre en adelante aunque tengamos matamoscas y spray ambientales, nos llenamos de bichos”.
A los malos olores y plagas de insectos y ratas, hay que sumarle el ruido de animales gritando al momento de ser faenados. La vecina dice que todas las madrugadas, entre dos y cinco de la mañana, la despiertan las quejas de los cerdos al ser sacrificados, como si fuera una película de terror.
Ella cuenta que el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) clausura estos recintos y no pasan más de tres meses antes de que vuelvan a funcionar. “Esta es tierra de nadie (...) Los mataderos se han ido moviendo por toda la ciudad hasta instalarse aquí, en La Pintana, porque saben que las personas no van a reclamar por sus derechos, y que si lo hacemos, no nos van a escuchar tampoco”.
Sara Bellardes, otra vecina del sector, iba con su nieta de cuatro años caminando hacia su casa. La niña, que antes vivía en Pudahuel, ahora convive con su abuela. De pronto escucharon gritos de animales que asustaron a la menor. “Ella me pregunta siempre ‘¿Qué es eso abuela? ¿Qué es ese olor? ¿Qué son esos ruidos?’... Me da pena tener que explicarle”.
Sábado 8 de septiembre, una mañana soleada y medianamente calurosa, se encuentran instaladas dos grandes ferias de la comuna, una que cruza casi toda la calle de John Kennedy y otra en el sector de El Castillo. En ambas hay mucha gente comprando alimentos: frutas, verduras, aliños y carne. Si bien esta última no se ve en mal estado, dos vecinos de la población Eleuterio Ramírez, señalan que hay que tener ojo, que mucha de la carne comercializada en la feria y en las carnicerías proviene de mataderos clandestinos: lugares que no cuentan con protocolos de higiene, ni reglas de convivencia con la comunidad.
Incluso nombran uno ubicado en calle Gabriela, que no tiene ningún letrero, sino que es un portón negro por donde se escapan gritos de animales y por el que se ven un par de chanchos esperando su turno para morir. El relato de estos dos hombres, que no quisieron revelar su identidad por temas de seguridad, calza con lo que dicen Sara Bellardes y Flavio Saavedra, vecinos de Emilia, quienes aseguran que se comercializa carne de caballo como si fuera de vaca.
“Crían a los caballos en espacios muy pequeños y no los sacan a correr. Hacen eso para que estén más gorditos, con la carne color rosado porque no transpiran, y así sea más fácil hacerlos pasar por vacas en carnicerías y ferias. Y ni siquiera es más barato”, agrega Emilia.
El maltrato animal y los problemas que puedan causar un mal manejo de las instalaciones y animales está penado por la ley. Todo matadero y feria de animales legales está regido por el artículo 291 que señala que actos crueles serán castigados con una pena de presidio menor y una multa que va entre las dos y las treinta UTM. Incluso, en la Ley de Protección Animal, que vela por la tenencia responsable de mascotas, se incluyen a los animales de criadero, donde se legisla para que no vivan un sufrimiento innecesario.
Al momento de realizar este reportaje, el matadero Lo Blanco estaba funcionando con todas las de la ley. En la entrada te recibían moscas y tras el estacionamiento donde estaban autos y camiones, en un basurero, se asomaban patas de caballos y vacas. Los corrales eran amplios y los animales estaban separados por especie.
Germán Salomón era su administrador. En la visita, él señaló que uno de los aspectos más importantes para el correcto funcionamiento del lugar era la constante fiscalización del SAG, quienes velan por el bienestar de los futuros filetes. “Ellos verifican: en el caso de los vacunos y los caballos traen un arete, como un ‘carnet’ del animal, que es más que nada para hacerles seguimiento”.
Dijo también que con el paso de los años efectivamente se habían implementado nuevas normas y que el matadero se regía con el Decreto 62, conocido también como ”Buenas prácticas” relacionado al bienestar en el faenamiento.
Según él, el proceso era preciso y limpio: contaban con sesenta segundos para noquear el animal, dos minutos para que sangre, otro para colgarlo y dos más para que se termine de desangrar. Recién ahí, narraba él, se cortaba la cabeza y empezaba el proceso de desollado, que significa sacarle la piel y vicerarlo. Tras esto se trozaba, se lavaba y se guardaba en cámara de frío.
Cuando los animales estaban enfermos, eso sí, pasaban según él por un sistema que se conoce como El cremador. “Se cauteriza su carne a través del vapor de una olla y se bota en un contenedor que se lo lleva la empresa de basura. A nosotros nos complica esta parte, pero tenemos que hacerlo por un bien para todas las mesas.”, decía.
Shedy Heredia Santos, veterinaria, quien lleva diez años trabajando por el bienestar de los animales, siendo parte de organizaciones internacionales como la Red Internacional Antitauromaquia y Open Wing Alliance, ha observado otro comportamiento en la industria de la carne: “Los órganos, sangre y vísceras que salen de los mataderos terminan en desagües, sin tratamientos, y en muchos casos caen animales enfermos o en malas condiciones, propagando enfermedades zoonóticas y contaminación ambiental”, dice
San Martín cuenta que parte de los olores que intoxican su vivienda, provienen del canal Lo Blanco, el que está tapado por desechos que provienen de las faenas.
“Obviamente no se cumplen los estándares de bienestar para transporte o aturdimiento de animales previo a la faena. Y además de eso, no hay revisión de animales preñadas, o de ectoparásitos, o de tumores que generalmente se mezclan con lo que se vende después o solo es descartado sin que haya avisos de esas enfermedades”, agrega la especialista.
A pasos de Lo Blanco, en calle Gabriela, en septiembre de 2019 se decomisaron 200 kilos de carne con parásitos proveniente de animales robados y en mal estado. Y más tarde, el 22 de abril de 2021, se desbarató un recinto de las mismas características en la calle Lautaro en donde encontraron patos, caballos, corderos, gallinas y otros animales, en condiciones insalubres.
En la misma cuadra, en noviembre de ese año, en plena pandemia, se encontraba una gran parcela en donde el dueño vendía gallinas y huevos muy baratos, la gente de Casas de Madera, incluyendo a Emilia, Sara y Flavio, terminaron intoxicados en el CESFAM. “Como nos enfermamos todos, un grupo de profesionales veterinarios compraron estos productos y encontraron que todos estaban infectados con salmonella”, cuenta Emilia.
El 3 de febrero de este año, la alcaldesa Claudia Pizarro celebró en sus redes sociales que Carabineros y el Departamento de Inspección Municipal clausuraron el matadero Lo Blanco porque no contaba con los permisos al día y tenía reiterados reclamos de vecinos. Pero, a pesar de eso, Emilia dice que todos los días, desde la puerta de su casa, ve pasar los camiones llenos de animales que desaparecen tras una puerta trasera del ex matadero y sigue escuchando los gritos de madrugada.
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