En 2019 los últimos ejemplares de la ranita del Loa alcanzaron a ser rescatados desde un arroyo seco y resquebrajado: la intervención humana, el uso indebido del agua y otros factores terminaron destruyendo su hábitat. Pero a tres años y medio de ese histórico rescate y su posterior rehabilitación en el Zoológico Nacional, este anfibio microendémico continúa sin encontrar un hogar en la naturaleza que lo pueda refugiar nuevamente. Ya no pueden vivir en cautiverio, pero tampoco pueden volver a su casa.
Esta historia parte en una tarde soleada de un día de julio de 2019 en la cuenca del río Loa, en la región de Antofagasta, cuando el herpetólogo Andrés Charrier caminaba por esas tierras por un monitoreo de flora y fauna que tenía que hacer. De pronto recordó que la ranita del Loa habitaba en esa zona, pero se percató de que no había sido incluida como punto a observar en el análisis que le habían encargado.
Esta especie no era nada ajena en la vida del herpetólogo. Años antes, junto al especialista en fauna silvestre Gabriel Lobos, Charrier había hecho investigaciones anteriores sobre estas ranitas. Y aquella tarde de julio, siguiendo su instinto, emprendió camino hacia el lugar donde sabía que podría encontrarlas.
La ranita del Loa es un anfibio que pertenece al género telmatobius, grupo que abarca 63 especies de ranas altoandinas a lo largo de Chile, Argentina, Ecuador, Perú y Bolivia. Sin embargo, la telmatobius dankoi es microendémica, lo que significa que existe exclusivamente en un solo lugar: el sector de Las Cascadas, una vertiente del río Loa, a unos 10 kilómetros de Calama.
A este anfibio le gusta habitar en ambientes acuáticos. Se caracteriza por ser de tamaño pequeño, tener un cuerpo aplanado y patas palmeadas. A diferencia de otras ranas, Charrier asegura que la especie telmatobius dankoi se mantiene en condiciones ambientales mucho más duras, con aguas más espesas y con mayor cantidad de minerales.
Hoy en día, la ranita del Loa está en peligro crítico de extinción debido a la degradación de su hábitat, de acuerdo a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organismo internacional que se dedica a medir el estado de la biodiversidad a nivel mundial.
Por eso, Andrés Charrier y otros científicos sabían que la situación del anfibio era complicada desde hace algunos años. Pero ese día de julio cuando llegó hasta el canal de regadío de Las Cascadas, donde tantas veces había presenciado a las ranitas, lo que vieron sus ojos era desolador. En medio de la aridez climática que caracteriza al Loa, las aguas donde habitaba el anfibio estaban completamente secas. Ni una gota de agua quedaba.
“Fue como una bofetada”, asegura. Puso sus dedos y su palma en lo que alguna vez fue el suelo del arroyo, pero ni siquiera sintió un poco de humedad. Mucho menos encontró huevos o anfibios vivos, al contrario, solo pudo hallar ejemplares descompuestos en la tierra. Todo lo que había visto años antes cuando investigó a la especie, se había esfumado con una rapidez impensable. Era un cementerio de ranas.
Al científico le pareció que el panorama era más preocupante que nunca. Volvió a Santiago y sin pensarlo demasiado, decidió llamar al investigador Gabriel Lobos.
— ¡Pero cómo no va a haber agua! — dijo Lobos al teléfono.
— No hay agua, así de simple, estas cosas son así. No hay agua ni tampoco ranas — le respondió Charrier con pesar.
Bastó ese llamado para que un par de días después ambos se juntaran y viajaran desde Santiago a Calama para visitar el sector. Llegando al lugar, caminaron un par de metros más allá del canal de regadío en cuestión y se encontraron con un gran socavón de ocho metros de profundidad que parecía haber sido hecho con una retroexcavadora. “En el fondo tenía una capa de lodo con algas bastante descompuesta. Ahí nos metimos a ver si todavía quedaban ranitas y efectivamente ahí estaban las 61 ranitas que capturamos ese día. Después las liberamos en Ojos de Opache”, cuenta Charrier.
Ojos de Opache es un sitio que queda a unos seis kilómetros del sector de Las Cascadas, pertenece a Gendarmería de Chile y es conocido por ser un “pequeño oasis” de la región de Antofagasta. Teniendo el visto bueno del Ministerio de Medio Ambiente, los científicos pudieron relocalizarlas en territorio protegido como medida de urgencia, ya que no esperaban en lo absoluto encontrarse con esos ejemplares iniciales.
La razón principal de que las ranas hayan sido trasladadas a Ojos de Opache es que ese sitio posee condiciones de agua y de ambiente muy similares a las del sector de Las Cascadas. Además, al ser propiedad de Gendarmería, está mucho más a salvo de ser intervenida por terceras personas.
Semanas después, Charrier y Lobos volvieron a ir en búsqueda de más ranitas al arroyo de Las Cascadas, pero esta vez con un permiso del Servicio Agrícola Ganadero (SAG) que les permitiría entrar sin problemas al sitio por ser propiedad privada. Tampoco tenían muchas expectativas, pero aún así llevaron unos chinguillos (red) en caso de encontrar algún indicio.
Para su sorpresa, otros 14 anfibios aparecieron en el lugar. Como no habían llevado nada para trasladar y guardar a los animales, tuvieron que mandar a uno de los acompañantes de ese día a Calama para que comprara un enorme taper de plástico. Así, podrían dejarlas bajo su cuidado.
Andrés tiene en su memoria el estado en que encontró ese segundo grupo de ranitas. Estaban extremadamente delgadas y era probable que no se hubieran alimentado en bastante tiempo, afirma. “Claramente no existía reproducción porque no había larvas. Ese es un indicador de que algo está pasando, probablemente las larvas no salen a respirar a la superficie y por lo tanto se habían ahogado ahí, en esa agua que estaba completamente contaminada”.
Había que pensar en una solución que permitiera sobrevivir a la especie, pero esta vez entre las opciones no estaba contemplado llevarlas a Ojos de Opache. No quedaba más tiempo, tenían que pensar rápido.
Con eso en mente, los investigadores coordinaron una rápida misión de rescate que podía resultar bien o mal: trasladar las ranas hasta el Zoológico Nacional de Chile ubicado en Santiago, a más de 1.500 kilómetros de distancia. Todo esto con la colaboración de varias instituciones como el Ministerio de Medio Ambiente, el Museo de Historia Natural y Cultural del Desierto de Calama y el Zoológico Nacional.
De esa manera, Andrés Charrier y Gabriel Lobos pudieron viajar en avión con las ranitas desde Calama a Santiago. Como su situación era tan delicada, LATAM permitió que los 14 ejemplares viajaran no en la parte de la carga del vuelo, sino que en las cámaras refrigeradas donde se suelen guardar bebestibles: así podrían estar frescas y no tener algún problema de estrés térmico.
Una vez que pisaron suelo santiaguino, los científicos llevaron a los anfibios rescatados hasta las dependencias del Zoológico Nacional, para que pudieran ser parte del proceso de recuperación que estaría a cargo del entonces jefe del área de Herpetología del Zoológico, Osvaldo Cabeza.
“Esa primera semana yo casi no dormí pensando que en cualquier momento nos llamaban y decían ‘se murieron todas las ranas’”, recuerda Charrier.
Esta noticia llegó a oído del mismísimo Leonardo Dicaprio. El actor de Hollywood, conocido también por ser un activista ambiental, subió a sus redes sociales las felicitaciones respectivas por la hazaña.
Las últimas ranas
Poco antes de que las ranitas llegaran al Zoológico, Osvaldo Cabeza sabía que tenían un trabajo difícil por delante. Los científicos que hicieron el rescate le habían enviado fotografías de los anfibios cuando fueron encontrados, y cuando las vio en su celular, Osvaldo sintió un poco de miedo.
“Esas imágenes eran aterradoras porque se veían ranas que eran piel y hueso, ya sabíamos que el género telmatobius es complejo de trabajar bajo el cuidado humano. Nos asustamos porque teníamos en cuenta que posiblemente eran las últimas 14 ranas del Loa”, cuenta.
Aún así, el equipo de Herpetología que dirigía Osvaldo se preparó con todo para recibir a las ranitas: desde alistar todos los acuarios para que tuvieran condiciones idénticas a las que tenían las ranas en su hábitat original, hasta planificar la parte nutricional, lo que significaba criar nuevos insectos para que la dieta fuera lo más similar posible a la que tenían antes.
Ese tiempo que vino no fue nada sencillo para el equipo. Era plena pandemia y el grupo tenía que operar solo con tres personas que debían velar por las ranitas, más una persona que se encargaba de alimentarlas. Una jornada normal fácilmente podía comenzar a las 8:30 de la mañana y terminar a las 10 de la noche, ya que los anfibios necesitaban la observación permanente de los especialistas por lo crítico de su estado.
“Como es una especie que nunca antes habíamos trabajado teníamos que tener mucha atención a cualquier cambio que presentara, entonces inicialmente fue una etapa bien estresante y desgastante”, dice Osvaldo.
Después del chequeo inicial, tenían que hacer todo lo posible para que las ranas volvieran a tener un peso normal. Para conseguirlo, comenzaron a alimentarlas de forma asistida pero solo con el 15% del requerimiento energético en base a un peso ideal. Como los anfibios venían con un estado de desnutrición no podían alimentarlas con el 100% del requerimiento energético, ya que podían descompensarse y probablemente morir.
Todo lo que hacían las ranitas tenía que ser analizado minuciosamente por el equipo: qué cosa le gustaba comer, en qué espacios de la pecera se alimentaba y otros aspectos que se vinculan a la conducta animal.
La etapa de reproducción fue otro proceso más de incertidumbre. No solo había que juntar los anfibios en las peceras, sino que también había que observar otros factores que podrían incentivar su conducta reproductiva, como las condiciones de luz, las temperaturas del agua, probar los lugares donde podría esconderse la ranita para reproducirse y también identificar si estaban vocalizando, ya que algunos anfibios machos lo hacen para “llamar” a la hembra.
Pero las cosas ocurrieron al contrario de lo que esperaba Osvaldo y su equipo de Herpetología. Juntaron a una pareja de ranitas por cada acuario para ver cómo se comportaban, y tan solo una semana después, el grupo vio el amplexo (apareamiento) entre los anfibios.
Era un día de octubre de 2020. Osvaldo no estaba en el Zoológico, porque por las restricciones sanitarias los funcionarios trabajaban por turnos rotativos. Fueron Sebastián y Lorena, los otros miembros del equipo, quienes llamaron a Osvaldo por teléfono para contarle la noticia.
Apenas escuchó que las ranas estaban en amplexo, el herpetólogo salió rápidamente de su casa rumbo al Zoológico. Cuando llegó, el grupo completo a cargo de salvar a las ranitas no pudo contener la emoción. Los tres se abrazaron, saltaron y gritaron de felicidad. Su trabajo con la telmatobius dankoi estaba dando frutos.
“El proceso de las ranas del Loa en sí ha sido un bien emocional, muy desgastante pero enriquecedor también. Fue un logro súper importante lo que estaba ocurriendo en ese momento, estábamos demasiado felices con los chiquillos”, comenta Osvaldo, quien hoy dirige el área de Manejo y Bienestar Animal del Zoológico Nacional.
Desde esa primera reproducción hasta ahora han surgido alrededor de 400 crías de la ranita del Loa, según las últimas estimaciones que hizo el Zoológico. Ahora, la mayoría de ellas son ejemplares juveniles y siguen creciendo bajo observación del equipo que las cuida como hueso santo desde su llegada.
Un hábitat que no volverá a existir
Una de las certezas en torno a estos anfibios es que el que alguna vez fue su hogar histórico está definitivamente perdido. No hay ninguna posibilidad de poder rescatarlo y que la especie vuelva a vivir en esa zona. Los factores de que ese hábitat sea irrecuperable son numerosos. Uno de ellos es que, debido a las denuncias ciudadanas que se realizaron tras el hallazgo de las ranitas del Loa, el acceso donde se podía entrar a Las Cascadas está cerrado para el tránsito de cualquier persona por ser propiedad privada. De hecho, en ese sitio se iba a emplazar un proyecto inmobiliario.
Hasta el día de hoy, ni siquiera los científicos pueden entrar. Eso ha sido un gran impedimento para poder realizar los análisis e investigaciones necesarias de lo que alguna vez fue el hábitat original de estos anfibios.
De acuerdo a la Seremi de Medio Ambiente de Antofagasta, otras amenazas presentes en la zona son la excesiva cobertura de vegetación y las condiciones fisicoquímicas que posee el agua de esa vertiente del río Loa.
El uso de agua es otro de los factores que ha impactado de forma negativa en el sector de Las Cascadas. A solo un par de metros de ese lugar tiene actividades Minera Centinela (parte del grupo Antofagasta Minerals, cuyo dueño es el grupo Luksic), empresa que posee derechos de extracción de agua de una napa subterránea. Por lo tanto, una de sus obligaciones era hacer monitoreos permanentes con el fin de que no disminuyera el caudal del arroyo donde vivía la ranita del Loa.
Pero a la vista de los expertos y la determinación de la Superintendencia del Medio Ambiente de Antofagasta (SMA), ese monitoreo no se llevó a cabo por varios años.
El pasado 7 de diciembre de 2022, la Superintendencia del Medio Ambiente de Antofagasta formuló dos cargos por daño medioambiental en contra de la Sociedad Contractual Minera Centinela, a cargo de la empresa Minera Centinela. Los cargos se deben al incumplimiento de la empresa en sus obligaciones ambientales relacionadas con el componente del agua, así como también que la compañía minera no informó ni mucho menos colaboró en aplacar los impactos ambientales que terminaron por degradar el hábitat del anfibio.
“La empresa (Minera Centinela) ha tenido una incidencia en la baja de niveles de agua en el lugar, a lo cual se sumaría al hecho de que la misma no habría informado ni tomado medidas respecto a la problemática que afectó a la ranita del Loa, la cual estuvo cerca de desaparecer”, aseguró el entonces superintendente del Medio Ambiente (S), Emanuel Ibarra.
Con lo anterior, la Sociedad Contractual Minera Centinela podría arriesgar hasta una multa total que asciende a 11.000 UTA, es decir, alrededor de $8.000 millones.
En búsqueda de un nuevo hogar para la ranita del Loa
Luego de que saliera a la luz la casi extinción de este vertebrado, la Seremi del Medio Ambiente de Antofagasta inició un diagnóstico integral del género telmatobius, que incluye a la ranita del Loa, con el objetivo de identificar el estado de conservación de la especie en la zona.
Dentro de ese diagnóstico la institución ha empujado una iniciativa para que Ojos de Opache, el lugar donde fueron rescatadas las primeras ranas, pueda convertirse en un Santuario de la Naturaleza.
Como las características ambientales de Ojos de Opache son semejantes a las del arroyo de Las Cascadas, este sitio podría funcionar como una nueva localidad para la especie telmatobius dankoi.
Sin embargo, ese proceso aún está a la espera de concretarse en su totalidad. Eso significa que los últimos ejemplares rescatados del arroyo de Las Cascadas, más la población de 400 ranitas que surgieron de la reproducción, continúan viviendo en los acuarios del Zoológico Nacional.
Consultado por el estado del proyecto, Gustavo Riveros, seremi del Medio Ambiente de Antofagasta, aseguró que “se encuentra en una de sus etapas finales” y que están “a la espera del pronunciamiento del Ministerio de Bienes Nacionales a requerimiento de información realizado por la Contraloría, para su posterior toma de razón”.
Para los especialistas que se encargaron del rescate y rehabilitación, hay un punto de coincidencia: es urgente encontrar una localidad en la región de Antofagasta donde se pueda liberar pronto a los anfibios, particularmente a los que surgieron del proceso de reproducción.
“Queda la gran duda de cuál es el porvenir de estas ranitas más adelante. No tiene ningún sentido seguir manteniendo en cautiverio en acuarios del Zoológico de Santiago, a ranitas que son de Calama”, apunta Andrés Charrier.
Osvaldo Cabeza reflexiona en la misma línea. “Todavía no podemos decir que salvamos la especie porque aún sigue bajo cuidado humano en el Zoológico, el día que logremos decir que la salvamos va a ser cuando logremos reintroducirlas y se puedan mantener en su hábitat, si es que el hábitat se consigue. Recién vamos a poder decir ‘sí, salvamos a la especie’”, sentencia el especialista.
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