En 1992, el Estado entregó cientos de casetas a familias vulnerables en La Pintana, destinadas a ser viviendas sociales temporales. Sin embargo, más de 30 años después, muchas de estas aún siguen en pie. Su construcción precaria ha provocado numerosos accidentes debido a los materiales inflamables y de baja calidad, mientras que las angostas calles dificultan el acceso de los servicios de emergencia. A pesar de la existencia de un Plan de Regeneración de Conjuntos, los residentes temen perder su pequeño logro: los doce metros cuadrados que consideran su hogar.
El 15 de junio de 1992 se inauguró la Villa Nacimiento: un terreno de tres hectáreas con 356 viviendas de 12 metros cuadrados, ubicada al nororiente de La Pintana. El conjunto de viviendas es parte del Programa de Vivienda Progresiva, creado en 1990, que tenía como objetivo dar una casa de emergencia en un periodo rápido de tiempo a familias vulnerables.
Implementado con el retorno de la democracia, en pleno gobierno del presidente Patricio Alwyn, una de las ideas era proteger a los ‘allegados’, es decir, las familias que vivían de manera transitoria en una casa o espacio ajeno. Para esa época, según la Ficha de Clasificación Socioeconómica Nacional (CASEN), se estimaba que de tres millones de hogares en nuestro país, 1,4 vivían bajo esta condición.
A una de estas casas, en el pasaje Río Cogotí, llegaron Jimena Castro (64), Pedro Quinteros (67) y sus tres hijos. Eran allegados en Cerrillos, donde la familia de su marido, hasta que consiguieron esta vivienda temporal. Al momento de recibirla, Jimena recuerda que el impacto fue devastador: “Cuando vi la casa quería devolverme, no sólo por lo incómoda, sino porque era helada y húmeda”, Pedro asiente, “no eran casas, eran un cajón puesto para arriba de puros cartuchos. Nos acomodamos con una camita, una mesita y dos sillas. Era todo lo que cabía”
Katherine Pérez (60), actual secretaria de la junta de vecinos, llegó al barrio cuando tenía 20 años, esperaba un hijo y se instaló con su marido en uno de los pasajes. Al igual que Castro y su familia, ellos vivían como allegados en la casa de su suegra en La Cisterna. “Me sentí vulnerada, ya que me entregaron un cuadrado donde tenía que acomodarme. Fue muy denigrante, porque era como: ‘arréglate como puedas’ (...) Era super inseguro en ese tiempo, porque cuando las casas estaban siendo entregadas, venían a robar de otros sectores.”
En 1983, el Estado con ODEPLAN, eliminó toda estandarización de vivienda, limitándose a controlar normas mínimas para garantizar el derecho de las personas a condiciones de seguridad y salubridad, evitando regulaciones que restan flexibilidad y agregan más costos. Ante esta situación, empresas privadas, otorgaron menos presupuestos y estándares a las viviendas sociales, con el resultado de que en 1989, 330.000 hogares eran materialmente deficitarios y 360.000 tenían precarias condiciones sanitarias.
Katherine dice que estas casetas en verano son insoportables, no hay luz natural y ni aislamiento para el calor. Además, lo que más le acompleja en esta fecha son las plagas, ya que Villa Nacimiento colinda con un sitio de pastizales, que está muy cercano a campos agrícolas. Claudia dice: “hay muchos bichos, ratones, pulgas y garrapatas”. La vecina agrega que “como esto era un tranque y estamos cerca de la línea de La Platina, en ese tiempo plantaban choclo y papas, entonces los roedores, eran habituales. Hoy no es muy diferente. Siempre se ha tenido que luchar contra alguna plaga”.
Las casas están hechas de vulcanita y cholguán, un material relativamente barato, pero altamente inflamable. “El piso era de cemento, las casas no tenían rejas, las divisiones con los vecinos eran de alambres, el patio era un pastizal y las ventanas de cholguán eran un cajón que tenía bisagras arriba y la abríamos con un palo. No había segundo piso, tú tenías que poner el piso y la escalera”, dice Katy.
Para el 96 los propietarios empezaron a levantar segundos pisos en sus viviendas. Actualmente Katy señala que “en cada ‘nave’ hay 6 casas, y sus divisiones son con material ligero. Nosotros, en el segundo piso estamos separados por vulcanitas, las puertas son de cholguán, y el techo es de nylon o pizarreño”.
Ante el material utilizado en las ampliaciones de los vecinos, sin tener conocimientos de construcción, se provocaron recurrentes incendios. El más recordado es el de Nochebuena del 95, un siniestro en el pasaje Río Cogotí en donde murieron dos niños. A uno lo sacaron entre sábanas y frazadas, y después lo dejaron al medio de la calle porque seguía vivo. "En ese momento, yo era chica y lo vi todo quemado. Después de eso, que apagaron el incendio, encontraron el cuerpo de su hermanita quemado abajo de la cama”, dice Claudia Vargas, una de las vecinas que llegó en el 92 junto a su familia al barrio.
Jimera recuerda que un caso muy parecido pasó después con dos escolares: “Uno de ellos venía del colegio y, estando en la casa cuando empezó el incendio, quiso arrancar pero quedó enganchado en la cama. Yo me acuerdo que vi el cuerpo completo quemado con el uniforme”.
Ante la ampliación desmedida en el sector, Pablo Arellano (34), arquitecto, socio de 6280 y experto en proyectos urbanos sociales para el Estado, dice que “la gente que hace autoconstrucción, no conoce la normativa vigente, no son arquitectos, entonces a veces llegan y construyen sin tener conocimientos”. Esto, aparte de los incendios, genera que los servicios de emergencia no puedan entrar a los pasajes por lo angostas que quedan las calles, sumándole los autos estacionados, las piscinas al medio de los pasajes en verano, y la ampliación de antejardines y estacionamientos. Jimena confirma: “Las ambulancias no pueden entrar, entonces tienen que llevar al enfermo a la esquina”.
Según el diagnóstico del equipo de renovación urbano de Villa Nacimiento del Servicio de Vivienda y Urbanización (SERVIU), el 99% del conjunto habitacional tiene ampliaciones por la necesidad de espacio. El 97% de estas son autoconstrucciones y el 2% corresponde a contratación para realizar los trabajos. Esto, en respuesta a la “poca iluminación en las casas”, según Pedro.
Claudia cuenta que “todos tenemos experiencia en los siniestros. A veces ni siquiera llegan los bomberos, y la gente ya tiene todo apagado. Hay vecinos que se encargan de los niños, otros guardan los enseres de los que fueron damnificados, otros son más arriesgados, están por el techo y rompen paredes”.
Desamparados
Patricia Aravena (54), dueña de un almacén de barrio, y Lidia Zapata (67), llegaron en 2012. Ambas venían de los blocks de Arriagada en Santo Tomás, los cuales fueron expropiados y demolidos por fallas estructurales. Junto a ellas, llegaron también nuevos vecinos, lo que proporcionó más problemas al sistema de servicios básicos del sector, como lo es la presión del agua. Patricia señala: “es muy poca el agua caliente que nos llega porque hay muy baja presión. Hasta las 10 hay que bañarse, después de las cinco en invierno no te llega”.
Otro problema, que va relacionado con la masificación de la Villa en conjunto con la apertura de la Caletera Sur, es el sitio eriazo de La Platina, que en este último tiempo se ha convertido en un basural. Lidia dice que “aquí hay camiones y camionetas que tiran basura. El otro día, venía un furgón lleno de colchones y justo los pilló la paz ciudadana. De repente se toman el lugar y hacen casuchas”.
El mismo periodo en el que llegaron Lidia y Patricia, en la calle Recoba con Río Cogoti, a la entrada de la Villa, se expropiaron un centenar de casas por la remodelación de la Caletera Sur. Además, junto a ello, sacaron la junta vecinal que tenían y una plazoleta. El 2014, expropiaron en la misma manzana más casas, en donde hoy en día, en ese mismo terreno, hay una cancha de fútbol, en el que niños arman campeonatos con equipos de otras villas, un contacto entre otros sectores que se había perdido por la construcción de la Caletera.
Ante todos estos problemas que surgieron durante esos años, Pedro señala que: “El alcalde que teníamos antes, Jaime Pavés, nunca vino a la villa. Ese día que a nosotros nos dijeron que iba a venir el alcalde, nunca llegó”. Patricia, ante esto, asegura: “los alcaldes que hemos tenido, siempre han sido pencas, nunca han estado con nosotros”. También Lidia dice que “la alcaldesa que hay ahora, es peor que el de antes, porque cuando fue la pandemia, jamás ayudó a la población”.
En 2018 se planteó el Programa de Regeneración de Conjuntos Habitacionales, que buscó responder a las necesidades de conjuntos habitacionales en situación más crítica. Para ello, el programa se basó en 5 fases: La 0, es crear una Mesa Técnica Territorial. La 1, es generar un Plan Maestro. La 2, es acordar junto a la comunidad el Plan. La 3, es la Ejecución del Plan Maestro, el cual en este caso es la creación de 55 viviendas, crear más caminos con conectividad y expropiar viviendas. Y por último la 4, que es consolidar la organización comunitaria.
En relación con este, la villa está dividida. Según el arquitecto Pablo Arellano, este plan es una muy buena solución, ya que el expropiar, demoler, y construir viviendas buenas crea una mejor calidad de vida, evita hacinamiento, humedad e incendios, ya que hoy en día hay más normativas tanto en metraje, materiales y habitabilidad. Pero, según otros vecinos, este plan nos les juega a favor. Por ejemplo, Lidia dice que “hay gente que no les gustaría que les demolieran la casa porque es el sacrificio de toda su vida, en donde las fueron construyendo de a poco”. Jimena señala que “el problema es la gente que va a llegar”.
En este caso, Katy está de acuerdo con el programa, ya que se entregará una vivienda más digna a la gente, pero a su vez señala: “Se está tomando demasiado tiempo ya, llevamos 5 años con pocos avances, y eso intranquiliza a la gente”.
El 12 de agosto de 2021 se contabilizaron un total de 92 casas para su expropiación, sumando un total de 6.634 m2 de terreno, para la construcción de viviendas sociales. El arquitecto ante esta situación señala: “Uno entiende que la gente no se quiere ir porque invirtió plata. Pero, hoy en día existen políticas de vivienda más estrictas que en los 90’. De todas maneras las condiciones serán mejores, ya que hoy, hay normas de iluminación y de distanciamiento entre casas, y son cosas que en el año 92 no se hicieron. Hay un sentimiento de pertenencia, pero como Estado, se necesita entregar mejores condiciones que en las que están ahora, independiente de que ellos quieran o no”.
En respuesta de esto, los vecinos señalan:
“A nadie le importa que las calles estén rotas, que no tengan conectividad, y que sean estrechas. Nos tienen a la deriva, entonces se perdió el respeto”.- Claudia.
“Tendría que juntar más plata entre familiares, y mi casa, ya no sería mi casa, y viviría de allegada. Ya no tendría mi espacio propio y no tendré la paz que tengo. Si al final, la plata no hace la felicidad”.- Jimena.
“Estoy dispuesta a cambiar todo esto, porque vendrá algo mejor que lo que tiene, pero el problema es el tiempo”- Katherine.
“Tú no sabes con qué gente vas a quedar acá”-Lidia.
Pedro y su pareja, Patricia, ampliaron su casa sacando préstamos del banco, sus retiros del 10%, créditos y, obviamente, trabajando el doble.
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